martes, 2 de julio de 2013

Lagos. La ciudad turbada

Me despierto. Un día más. Por un momento no sé dónde estoy, como siempre. Al segundo la respuesta viene rápida a mi mente. Lagos. Y el sonido de fondo me lo confirma. Esa jungla artificial de asfalto que se hace llamar carretera. Los coches corriendo por ella como si fuesen parte del río de la vida de la ciudad. Y, de vez en cuando, ese atronador rugido de los camiones que rompen la única paz que esta ciudad va a conocer jamás.

Con la mente colocada, me visto para otra jornada de trabajo. ¿Dónde iré hoy? ¿Hoy será sólo trabajo de oficina? Menuda lotería. Cojo el coche, es parte del trato. Pongo el piloto automático y comienzo una de esas pequeñas, pero muy sanas, idas de olla mutuas. Los temas tratados en estas conversaciones darían para un blog entero aparte. Pero siempre tienen un elemento común. 

En algún momento de la conversación, pararemos para mentar a los ancestros de algún conductor, que ajeno o no a lo que sucedía a su alrededor, o bien trató de colársenos, o bien hizo la anchoa. Saltarse toda la cola haciendo alguna ilegalidad de libro.