martes, 2 de julio de 2013

Lagos. La ciudad turbada

Me despierto. Un día más. Por un momento no sé dónde estoy, como siempre. Al segundo la respuesta viene rápida a mi mente. Lagos. Y el sonido de fondo me lo confirma. Esa jungla artificial de asfalto que se hace llamar carretera. Los coches corriendo por ella como si fuesen parte del río de la vida de la ciudad. Y, de vez en cuando, ese atronador rugido de los camiones que rompen la única paz que esta ciudad va a conocer jamás.

Con la mente colocada, me visto para otra jornada de trabajo. ¿Dónde iré hoy? ¿Hoy será sólo trabajo de oficina? Menuda lotería. Cojo el coche, es parte del trato. Pongo el piloto automático y comienzo una de esas pequeñas, pero muy sanas, idas de olla mutuas. Los temas tratados en estas conversaciones darían para un blog entero aparte. Pero siempre tienen un elemento común. 

En algún momento de la conversación, pararemos para mentar a los ancestros de algún conductor, que ajeno o no a lo que sucedía a su alrededor, o bien trató de colársenos, o bien hizo la anchoa. Saltarse toda la cola haciendo alguna ilegalidad de libro.

Muy cerca de la Oficina devolvemos el saludo a esa pareja de ancianos sentados y, un poco más adelante, al chico de las recargas de teléfono con su sombrero de cowboy en su mítica esquina. Llegamos al destino enfrascados en nuestros dilemas. Aparco el coche y lo dejo abierto. Único sitio en toda Nigeria donde podría hacerlo. Me siento en la mesa. Enciendo el aire acondicionado. Subo la persiana. Despierto la pantalla del ordenador. Compruebo el correo. Finalizo mi speech con Pablo llegando a una conclusión donde, más o menos, hemos alcanzado, en una especie de tregua, una idea en la que coincidimos para continuar la discusión otro día. Empate.

Según avanza la mañana hablo con Pablo sobre la siguiente Misión que viene. "Oye, yo creo que voy a salir, tengo una lista de posibles contactos interesantes". Acuerdo con Pablo en que hoy salgo yo y mañana es su turno. No hay dinero para más. Aviso a Taewo que se prepare, que nos vamos a dar una vuelta por Lagos. Son las nueve y media. Un poco ya tarde para ir a Apapa. Iré de la que vuelvo. 

Me subo en el todoterreno blindado de color beige. Cierro la puerta con dificultad. Pesa demasiado. Una vez dentro, la sensación de inseguridad que tienes cuando sales en otro coche diferente a este desaparece. Era de hecho tan pequeña, que ni siquiera era consciente de que estaba, pero ahora me alegro que se haya ido. "Como para chocar ahora" pienso.

Le doy a Taewo la lista de empresas que quiero visitar. Su gesto se tuerce, como quejándose porque hoy va a tener que trabajar de verdad. Directamente me descarta un par de empresas, diciendo que no se puede ir, que está muy lejos. Otras veces me dice que a estas horas ya imposible, que habrá mucho tráfico. Contaba con ello. "Me da igual" pienso, "cuando estemos cerca le diré que vaya e irá". No siempre funciona, ojo.

Pues nos vamos a ir a Ikeja, cerca del aeropuerto, y lo más alejado que podemos ir desde la Oficina. Vuelta a la jungla. Salimos de la Oficina, nos abren los dos securities que tenemos (los primeros que correrían si sucediese algo serio). Cogemos esa carretera de adoquines, con sus numerosos baches, hasta llegar a la carretera principal. ¿Akin Adesola? ¿Adeola Odeku? "Mierda, Pablo siempre me da la vara con los nombres de las calles y yo ni me las sé aún". No importa. Esto ya es asfalto, pero los baches no cambian. 

Ya comienzo a ver la vida de la calle. Nigerianos apiñados en las esquinas, hablando, comiendo, negociando la vida de esos pollos que corretean a sus pies, reparando una rueda pinchada, cocinando suya o trapicheando. Otros simplemente están sentados a la sombra de algún arbolito o palmera viendo el presente esfumarse en su cara, esperando a que suceda algo para poder comentar durante el resto del día.

Taewo mientras tanto va esquivando a esos carretilleros que van siempre por la carretera en cualquier sentido, llevando su botín para vendérselo a cualquiera interesado, siempre y cuando la recompensa sea lo suficientemente alta si eres oyibo. Va conduciendo hacia Lagos Island, para tomar ese puente de 8 kilómetros que lo une con la parte Norte de la ciudad.

Cruzamos el pequeño canal que hay en esta zona entre Victoria Island, nuestra isla, con Lagos Island. Taewo sólo ha pitado tres veces y gritado una. Es una buena mañana. Este entrañable anciano lleva en la Oficina más de treinta años. El único nigeriano que conozco que es puntual.

Lagos Island es diferente. Tiene algunas torres bastante decentes para ser Nigeria. Y justo en sus bases, se distinguen los tejados de esas chabolas hechas con cualquier plancha de metal que hayan encontrado. O incluso en algunos casos de contenedores de 20 o 40 pies con algunos agujeros a modo de puerta y ventanas. Se distingue alguna que otra calle por la ausencia de elementos metálicos. Se deja entrever un poco el suelo, de tierra, sin pavimentar. 

La carretera describe una curva a la derecha, mientras vamos rodeando la isla. Justo casi al final de la misma, ésta desciende al nivel de la calle, y me meto de lleno en esos suburbios que parecían tan amenazantes. Es una zona que siempre me ha despertado curiosidad, quiero visitarla, pero aún no he tenido ninguna visita como excusa para ir ahí.

Durante esta breve descenso a lo más bajo de Lagos Island, veo como hay aglomeraciones de tiendas idénticas unas tras otras. Y es que esta es la zona que mejor describe, para mi opinión, el crecimiento del mercado nigeriano. 

Hace unos años, un intrépido empresario local decidió mejorar su negocio, que era un pequeño espacio para elaborar y vender comida, en una tienda de ropa, porque en toda la isla no había ninguna parecida. Y tiene éxito. Entonces sucede lo previsible. Entra otro competidor. Tiene toda la isla para poner su negocio y tratar de quitar clientela. Se pone al lado del existente.

Y así en todo Lagos. Al final los barrios se especializan por productos. Y en donde estoy, son las maletas.

Volvemos a elevarnos para tomar el puente que nos lleve a la parte Norte de la ciudad, la más cercana a Ikeja. No puedo evitar pensar que voy a evitar pasar por el puente en donde una vez nos encontramos un torso humano en mitad de la carretera. Y en cómo la gente simplemente lo evitaba esquivándolo. Y seguían su camino. Impasibles. Como si no hubiesen presenciado ningún acto que alterara su rutina diaria. Incluso me impactó más cuando tres horas más tarde, de la que volvía ya a la Oficina, ese trozo que antaño fue un ser humano completo, seguía ahí. Y los coches de policía de nuevo lo evitaron, como algo que ni siquiera merece ser considerado como un acto definitivo contra la vida de otro.

Tomamos ese puente que ya tiene más de treinta años. En algunas zonas hay baches enormes, pero Taewo los conoce ya demasiado bien como para que le pillen desprevenido. A mi derecha veo la laguna, ese pequeño mar que tiene Lagos, donde en sus orillas hay pequeñas barcas de caña que apenas se tienen en equilibro. Y encima de ellas, un par de hombres que tratan de llenar sus redes con algún pescado de estas aguas contaminadas por todos los petroleros, buques, cargueros que hacen cola día y noche a las puertas de la ciudad para entrar en el puerto de Apapa.

Taewo me saca de mi ensoñación pegando un grito a la vez que pita a un coche que nos adelanta por la derecha. Comienza a enfurruñar malhumorado sobre lo mal que se conduce en la ciudad. Que en su pueblo no pasan estas cosas. Esto es lo que saco de mis conclusiones, puesto que Taewo no es precisamente conocido por ser comprensible cuando habla. O más bien, farfulla. Concuerdo amablemente con él en todo y continúo con mis cavilaciones.

A la izquierda comienzo a ver de nuevo esas chozas, tan parecidas a las anteriores. Si miro con atención puedo distinguir cómo el "suelo" de esta península que le va ganando terreno al mar, está hecho de basura. Van acumulando la basura y luego le echan arena encima y a "construir".

Después de ocho kilómetros, tocamos de nuevo tierra, estamos cerca del destino. Aquí las casas ya son diferentes a sus vecinas, pero bastante similares a aquellas lejanas parcelas individuales de Victoria Island. Y, obviamente, me acompañan todavía los baches.

Estamos a la altura del aeropuerto de la ciudad. Recuerdo que me dijeron que lleva el nombre del primer Presidente de Nigeria. Un aeropuerto desfasado, que ofrece una clara descripción de lo que el viajero que pisa primera vez suelo nigeriano va a encontrar. Un edificio medio ruinoso que intenta repararse mediante unas actualizaciones para nada convincentes. El único orificio de salida del país.

Durante un tiempo, Taewo callejea por los rincones de este barrio. Hace un par de preguntas a los locales, y por fin lo encuentra. Nos ponemos a buscar, ya en la calle correcta, el número que me de la empresa buscada. No hay lógica alguna. Después de un 12 puede ir perfectamente un 48 y luego un 23. Recorremos un par de veces la calle arriba y abajo y damos con el ansiado, y creo que merecido, premio. La empresa.

Y aquí hay varios resultados. La empresa puede ser efectivamente lo que estás buscando. Se interesa en el producto que le ofreces y te facilita mejor sus datos de contacto. O bien, en ese momento no está interesado en obtener más de ese producto, ya tiene a su proveedor habitual. Hasta aquí podría ser normal en cualquier sitio, pero no aquí. No en África. 

Ha habido ocasiones en la empresa que estaba en el sitio es la correcta del nombre y datos de contacto, pero tiene mal la descripción de su negocio. Buscando yeso en polvo me encontré piscifactorías. Direcciones mal escritas. Locales que llevaban años cerrados. Otras empresas completamente diferentes. ¿Nuestras fuentes de información?  Listas Oficiales de Empresas de la Cámara de Comercio de Lagos, de Nigeria también, páginas web y registros en CAC. Todo a la vista fiable.

Y luego están los piratas. Y es que esta jungla necesita tener algún depredador menor. Esos emprendedores que, cansados de esperar una oportunidad en su vida, deciden creársela ellos mismos. Hacen de todo. Sea lo que sea que le intentes vender, ellos serán tu hombre en Nigeria. Se les ilumina la cara mientras cuentan todas las ventajas de contar con alguien como él. Será capaz de dejar su negocio, o incluso puesto como funcionario, si le das salida a su estancamiento. Darle sentido a la vida una vez más.

Esta vez ha ido bien. Es una empresa potente y está interesada. Vamos a la siguiente ruleta. En esa calle, por la que acabas de pasar, está ahora plagada por la sangre que alimenta a Lagos, los coches. Soy consciente de que me toca esperar un buen rato. Compruebo que tengo los papeles en la carpeta ordenadamente. Hago una llamada para confirmar la cita, avisando que ya voy tarde. Ya sabrán el porqué.

Me pongo a leer, intento evadirme de esta realidad tan apabullante. Durante unos momentos de paz consigo olvidarme de mi alrededor, soy sólo yo. Me encanta leer, este tiempo bala me engancha.

Tarde o temprano explota mi burbuja. Motivos no me sobran. Taewo farfulla algo que no entiendo. A su vez, la chica que vende sus cacahuetes proclama a los cuatro vientos dos hechos. Uno, soy oyibo. Por si no me había quedado claro. Dos, sus cacahuetes son mejores que los de la otra que chica que habla con Taewo. Aquí tenemos los nutrientes de esta ciudad tan necesitada de ellos, y que a su vez son un poco causantes de su dejadez.

En otras ocasiones pueden ser vendedores productos tan variopintos como gomillas del limpiaparabrisas, los omnipresentes dvds piratas, trampas para ratones, tarjetas de recarga, suya, cebollas picantes, bolsas de agua, refrescos, móviles falsos, gafas de sol, pulseras, anti mosquitos y un sinfín de sorpresas diarias.

Hago alguna visita más de la que voy bajando de vuelta al mal llamado centro de la ciudad. Paso por Surulere en mi camino a Apapa, el puerto. La boca que alimenta a todo Lagos. La razón de su existencia e importancia. No hay ojo que llegue a ver el final de la cola de buques, petroleros, patrulleros y demás, que esperan pacientemente, con algún que otro bocinazo, su turno de dejar la carga al alcance del este organismo vivo que no deja de engullir productos de un mundo que falsamente le promete que mejorará.

Paso por esa calle que está a su otra espera, la de recoger esas promesas. Esa fila larguísima de camiones llevando esos contenedores. Me doy cuenta que algunos de los que he visto terminarán siendo la casa de alguien, probablemente un par de familias. Greek Road creo que se llama. Ésta seguro que no se la sabe ni Pablo. 

Después de la última visita es hora de volver. Ahora sí, paso por ese puente que me mostró el valor de la vida en este país. Y cómo no, otro para nada previsible atasco. Llamo a Pablo para comentar la mañana, ha tenido un par de visitas espontáneas en la Oficina. Como la cosa va para rato, me pongo a leer y esta vez consigo evadirme mejor. Taewo me lleva por Ikoyi, otro barrio rico. Que en su propia desfachatez tiene un campo de golf dentro. Esta zona forma una isla junto con Lagos Island. Me parece un claro ejemplo de broma de mal gusto. La gente viviendo en parcelas menores a una habitación estándar occidental, y algún ilustre pensador decidió que era correcto reírse así, a la cara, de todas las personas locales.

Yo mismo vivo en una casa más grande de lo que necesito, pero no fue mi elección el piso. Así es Nigeria, el que tiene ha de presumir que lo tiene. Y para nada mezclarse con esa gente a la que él ya una vez perteneció pero que quiere olvidar gracias a un guiño de la diosa fortuna. Aún no he visto a un oyibo tratar de manera tan despectiva a su chófer.

Cruzamos ese puente que nos trae de vuelta a Victoria Island. Puente que veo todas las mañanas al despertar. De lo primero que veo cada día. Aburre ya un poco. Veo ahora la otra perspectiva. Seis bloques de viviendas que se caen a pedazos. Y mi habitación, en el más alejado de ellos. Sobresalen en esa jungla que no llega a más de tres pisos en sus zonas altas.

Ya comienzo a reconocer todas las calles, si bien no por su nombre, por el mapa que tengo en la cabeza. Mi pequeño pueblo burbuja.

Terminamos un par de tareas en la Oficina y nos vamos a casa. Conduce Pablo, la contrapartida del trato. Retomamos esa discusión que se va alejando cada vez más de la realidad y aguantamos ese atasco mítico ya por ser inevitable. Según nos acercamos a casa comentamos qué hacer esta tarde. Las opciones siempre están claras. Tenis. Cine. Ver series. Jugar al ordenador. O por la tarde noche salir. Me decanto por el tenis. Hay que mantener esa piquilla sana pero a su vez tan seria. Tengo que ganarle.

Me pongo a escribir esto después de una revigorizante ducha. Sienta bien el deporte, y buena falta me hace. Ahora veré una película, un capítulo de esa serie que me tiene en este momento enganchado o simplemente me iré a dormir. Pero siempre con el sonido de la carretera de fondo.


Y así es Lagos. Una ciudad que nunca duerme, a su manera.

4 comentarios:

  1. vaya literato de icex que tenemos en Lagos! Ole!!!

    (saludos desde sidney :P)

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  2. cascas mucho yo voy a estar por lagos a partir del 10 de octubre me gustaría conocernos por si conoces algún buen lugar para escuchar buena música

    espero respuesta bross
    oscarviya@hotmail.com

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  3. Me ha encantado tu artículo! A pesar de estar que me caigo de sueño no he podido dejarlo a medias. Estoy buscando información sobre Nigeria porque llevan mucho tiempo ofreciéndome un puesto de trabajo allí que sigo rechazando por absoluto desconocimiento...pero lo que voy averiguando sobre Lagos no me está haciendo cambiar de parecer.
    Lo del torso humano en el puente y que ni la policía se pare me parece demasiado difícil de digerir de sopetón.

    En fin, muchísimas gracias por la información.

    Saludos desde Singapur.

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  4. Hola Javier, Enhorabuena por tu blog. En unos dias marcho a Lagos un par de años. Me gustaria si puedes que contactes conmigo, pues tengo alguna duda. Te dejo mail y te lo agradezco muchisimo por adelantado. pjlapena@gmail.com

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