martes, 20 de noviembre de 2012

Lekki Beach


Pues este fin de semana ha tocado escapadita.

Antes de nada, no os mal acostumbréis. Que en menos de una semana tener dos entradas es algo loable, pero no veo yo que se repita.

Volvemos al tema que nos concierne. Pues ayer estuve en la playa. Típico domingo por la mañana que no te apetece ni moverte de la cama, pero suena el teléfono y te proponen un plan. He de decir que no me apetecía lo más mínimo, pero al final resultó que me lo pasé como un enano.

Esa llamada salvadora (para no pasar un larguísimo día en casa) llegó a eso del mediodía. “Oye, ¿qué pasa loco? ¿Te vienes a la playita?” “ufff, necesito descansar tío…” “¡déjate de pendejadas y te esperamos aquí en una hora!” Efectivamente, es chileno el güey. Así que de alguna manera conseguí sacar energías de un oscuro pozo donde mi pereza aún no se había asentado.



Bañador. Chanclas. Toalla. Dinero. Llaves. Carnet de la embajada. Anti mosquitos. Llave del coche. Está todo. Vamos.

Pues ale, a pillar el coche (tan querido/odiado) y vamos a la playa. Nuestro bloque de edificios se encuentra en Victoria Island, V.I. para los amigos. Y tenemos que ir a la zona de Lekki, que queda al Este. Para entrar en Lekki es necesario pagar un peaje de 150 nairas, unos 75 cents. Pero como buen naillirian boy que soy, me conozco la ruta alternativa para saltarse el peaje. E incluso a veces es más rápido por las colas que se formar en el Toll Gate.

Una vez en Lekki, y ya con estos, atravesamos un mercadillo (diferente del que ya conté, y mucho más espectacular, ya dará para otro post) y se comienzan a divisar palmeras en el horizonte. Unos chavales nos cobran 500 nairas por cabeza (2.5€) por entrar en la playa, y luego nos enteramos que nos han timado, que son 200N, pero somos oyibo, y como tales, pagamos el que yo llamo “oyibo tax”.

Y es aquí donde surge el primer y único problema del día. La carretera es de arena… Arena. En total como unos 400m. Comienzo mi andadura por esas mini dunas creyéndome que voy en un 4x4. Si, ya sé que conduzco un 4x4 (me remito a un post anterior para el que no sepa de que hablo) pero no es un 4x4 convencional… Así que ahí estoy yo, el nuevo Carlos Sainz, por un terreno inestable y arenoso. Y ¿qué pasó?

Lo que tenía que pasar.

Encallao.

Deluxe señores. Primera marcha, nada. Marcha atrás, tampoco. Y de repente comienzan a venir nigerianos como una marea. No sé si lo comenté, pero son muy pero que muy cotillas en Nigeria. Siempre quieren saber lo que pasa. Y así vinieron. Empezaron a empujar, excavar las ruedas para tener mejor agarre, y dándome lecciones de conducción. A mí! Al Carlos Sainz nigeriano… En fin. Me armé de paciencia y tras varios intentos, salimos de esta trampa orquestada por el mismísimo diablo.

Pero aquí nada es gratis. Nada.

Así que aparqué el coche (en césped of course), y me tuve que ir al bar del primer tío que se ofreció a ayudarme. Pero los otros no se iban a ir de rositas. ¿En qué mente cabe que ayudes al prójimo sin esperar nada a cambio?

Pues nada, que yo ya estaba sentadito en mi mesa a pie de playa cuando vienen a pedirte pasta. Pues a pagar. Pero bueno, peor hubiera sido que el coche siguiera estancado en ese cepo para coches…
Intentando olvidar esta primera impresión, me sumerjo completamente en el ambiente festivo playero que se respira. ¡Maaaarchando una cervecita bien fría!

Y aquí está la prueba de ello.


Si, ya lo sé, soy un chulo de los pies a la cabeza. Como mi padre. Pero aún no he llegado a su nivel de “puto amo de la puta playa”. Ya llegará el día Wencinus, ya llegará… (por cierto, sé que tengo que cortar el pelo, y el viento tampoco ayuda a mi imagen)

Pues así es el royo de la playa en Nigeria. Palmeras, mesas de plástico lo más cercanas a la orilla, chiringuitos a reventar, música a todo volumen, nigerianos intentando venderte pulseras/collares (alguno caerá), gente tocando música, nigerianos a caballo que ofrecen su montura para un paseo, pero sobre todo, muchísimos nigerianos a la orilla del mar haciéndose fotos, bailando, charlando, haciendo cabriolas…

Y este hecho es el que más me choca. Ninguno está en el agua. Entiendo que las olas son un pelín grandes, pero coño, que vengo de la mi tierrina y allí las olas son Las Olas, ¿oyisti? Entiendo que haya un poco de resaca, pero para resaca la de mí querida playa de Borizu cuando se juntan las dos mareas desde frentes opuestos. Estos no saben lo que ye una playa de verdad Asturiana.

No es el momento de la nostalgia. Retomando el tema. Eso no acojona a nadie. Pero nadie se mete. Y es más, cuando viene una ola grande, se van todos corriendo playa arriba no vaya a ser que esa ola de 30 centímetros de altura cause alguna desgracia.




Pues después de estar de comentada un rato disfrutando de estos rayitos de sol y como un buen chicarrón del Norte, vamos al agua. Nadie me sigue oye. Parece ser que se contagia esto de la aversión al agua.

Y, ¿de qué otra manera puede uno entrar al agua si no es corriendo contra las olas? Ya lo dije antes, soy un chulo. Pero ni con esto llego al nivel de mi padre.




Son las cinco y media de la tarde un nublado domingo 18 de noviembre. Y flipo cuando veo que el agua está a una temperatura más que asequible. Joder, si casi se está mejor fuera con la brisa marina.


Cuánto tiempo hacía de mi último bañito en tierra astur. No puedo evitar recordarlo y pensar también en el friolero de mi padre. Creo que el único punto donde la chulería le flaquea. Le encantaría esta temperatura. Me doy unos cuantos largos y disfruto de las vistas.

Hay dos barcos (barcos enormes de hierro, no barquitos de madera) varados en la orilla, dos. O lo que queda de ellos más bien. Esta playa típica mediterránea con kilómetros de arena, tiene en un espacio de no más de 500 metros, dos barcos en su orilla que, por la pinta, llevan más de unos cuantos años en la misma posición. Esto es Nigeria, no me asombra ya.

Me doy la vuelta, a mirar mar adentro. Y entonces me fijo en la línea de barcos que hay a lo lejos. Cuento más de cincuenta (no exagero) en cola uno tras otro. Pero esto si que son barcos, son petroleros enormes. Haciendo cola para entrar en el puerto de Apapa (un barrio de Lagos).


Como ya dije en el anterior post, My Little Lovey Chaos.

Suficiente nado por el momento, vamos a retomar esa cervecita ya medio caliente. Estos me dicen que la gente estuvo flipando cuando empecé a nadar como si nada en las olas. De hecho dos indios me vienen a estrechar la mano expresamente. No entiendo nada. Les digo que eso es normal en España, de donde vengo, pero no se lo creen.

Además, me baño una segunda vez. Solo otra vez, que no se diga…

Es hora, después de esta segunda zambullida, de disfrutar un buen pescado a la parrilla con vistas al mar esa enorme cola de petroleros en la lontananza.

Recuperamos energías, comentamos un poco más y yo ya empiezo a estar molesto por la sal del mar. Tiene mucha más de lo que estoy acostumbrado. Así que es hora de volver.

Cojo el coche, sin creerme ya nadie, y supero con éxito las dunas infernales (me saqué la espinita) y rumbo a casa tráfico eterno para volver al hogar.

Cómo presta cuando las distracciones se juntan con los pequeños placeres de la vida.

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